“Harta” (Straw, Netflix): El drama que ya vimos mil veces y que no queremos volver a ver

Sí, ya sé. Todo el mundo la está recomendando. Que es “poderosa”, que “conmueve”, que “nos enfrenta a la realidad”

Tatiana Bonilla

6/27/20252 min read

Si ya muchxs en redes dijeron que Harta es imperdible, que es "necesaria", que "conmueve hasta las entrañas", esta reseña es para darnos un respiro. Porque sí, la vi. Y sí, la detesté.

En esta nueva entrega del actor, comediante, cineasta, escritor y compositor, Tyler Perry, Taraji P. Henson interpreta a Janiyah Wiltkinson, una madre negra, pobre y desesperada, atrapada, UNA VEZ MÁS, en el loop narrativo favorito de Hollywood cuando se trata de mujeres negras: dolor, abandono institucional, más dolor, lágrimas, monólogos sufrientes… y el inevitable clímax que se supone debería hacernos reflexionar, llorar y agradecer que tenemos Netflix.

Spoiler: no lloré, no reflexioné, y terminé agradeciendo no haber pagado por verla en cine.

Harta pretende ser una denuncia social. Lo que logra, sin embargo, es confirmar que la industria está encantada de explotar la miseria y criminalizar la maternidad negra con estética de "cine comprometido". No hay novedad, no hay riesgo narrativo, no hay complejidad. Lo que hay es el mismo cansino retrato de siempre: mujer negra sufre, sufre más, y al final sobrevive, pero magullada y sola, porque eso vende.

¿Empoderamiento? Ni asomado. ¿Complejidad? Tampoco. ¿Alegría? Esa palabra no cruzó el guion. Las maternidades negras, al parecer, solo existen si son tragedias lineales y sin salida.

Lo más grave es el goce disfrazado de denuncia. Porque no nos engañemos: hay algo profundamente perverso en ese deleite narrativo del sufrimiento ajeno. En psicoanálisis se llama goce mortífero. Y eso es exactamente lo que ofrece Harta: una orgía de victimización bajo la coartada de “concientizar”.

Y sí, entiendo a Viola Davis cuando dijo que se arrepintió de The Help. Porque una cosa es exponer una injusticia, y otra muy distinta es convertirla en un producto estético que alimenta la maquinaria misma que dice criticar. Taraji P. Henson, por su parte, parece cómoda repitiendo una y otra vez este tipo de papeles que, francamente, ya no conmueven. Cansan.

No le recomendaría esta película a mi hija. No porque ignore las violencias estructurales que nos atraviesan, sino porque ya es hora de reclamar otras narrativas: las que nos muestran criando con alegría, resistiendo con dignidad, construyendo comunidad, celebrando la vida con nuestras ancestras al hombro. Porque sí, maternamos desde la potencia también. ¿Dónde están esas historias?

Harta no es provocadora, es perezosa. No es crítica, es condescendiente. No es arte, es fórmula. Calificación: 1/10. Y porque no existe el 0.

Estamos hartas, sí. No solo de las injusticias, sino también de esa mirada reduccionista con la que insisten en narrarnos, como si nuestro destino fuera siempre el dolor.