Delia Zapata Olivella: una mujer negra en movimiento, más allá del mito del mestizaje

Por el Día Internacional de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora

Equipo TABOSE

7/25/20252 min read

En el Día Internacional de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora, evocamos la figura luminosa de Delia Zapata Olivella, una de las intelectuales y artistas más importantes del siglo XX en Colombia. Bailarina, folclorista, investigadora y maestra, Delia no solo escenificó la riqueza de nuestras tradiciones, sino que, desde su cuerpo y sus pasos, tejió una narrativa crítica y amorosa de la historia y las identidades colombianas.

Últimamente, algunas voces institucionales y académicas han puesto en duda su autorreconocimiento como mujer negra, sugiriendo que su apuesta por una identidad trietnica, indígena, africana y europea, implicaría un distanciamiento con la negritud. Esta afirmación, sin embargo, parte de una lectura fragmentada y descontextualizada de su obra y su práctica artística.

Delia no hablaba desde la negación de lo negro, sino desde su complejidad. Reconocía, como lo hizo junto a su hermano Manuel Zapata Olivella, que Colombia no podía entenderse sin la convergencia conflictiva y creativa de tres grandes raíces civilizatorias. Su idea de trietnia no fue un canto al mestizaje como fusión pacífica ni una exaltación del "crisol de razas" tan difundido en las narrativas oficiales. Muy por el contrario, fue una herramienta crítica para visibilizar la participación profunda, y muchas veces borrada, de lo negro e indígena en la configuración del país.

Bailar la memoria y la resistencia

Desde el escenario, Delia dio vida a lo que la historia escrita quiso silenciar. Su cuerpo de baile, integrado por hombres y mujeres de distintas regiones, no solo representaba la diversidad cultural del país, sino que encarnaba un proyecto político: el de devolverle a los pueblos y territorios su centralidad en la creación artística, rescatando cantos, ritmos y movimientos que eran considerados “folclore”, pero que en sus manos se convirtieron en herramienta de resistencia y pedagogía.

Reducir a Delia Zapata Olivella a una figura neutral o desracializada es desconocer su legado y borrar la potencia política de su existencia como mujer negra, intelectual y artista en un país profundamente atravesado por el racismo.

Contra el mito de la democracia racial

Colombia ha sostenido durante décadas el mito de la democracia racial, ese relato que presenta el mestizaje como una síntesis armónica y superadora de los conflictos raciales. Esta idea, más que promover la igualdad, ha sido útil para invisibilizar las violencias estructurales que siguen afectando a los pueblos negros, indígenas y campesinos.

Delia, desde su apuesta por la trietnia, no pretendía diluir las diferencias ni apaciguar las memorias del dolor. Su mirada era mucho más compleja: buscaba, desde una pedagogía del cuerpo, un reconocimiento profundo y respetuoso de las raíces diversas que componen nuestra nación, sin borrar sus particularidades ni sus historias de resistencia.

Un legado que interpela el presente

Hoy, más que nunca, es urgente leer a Delia en clave decolonial. Su vida y obra nos invitan a desnaturalizar los discursos oficiales sobre identidad, cultura y nación; a repensar la universalidad desde el Sur; y a defender la memoria como un territorio en disputa.

Delia Zapata Olivella es y será una figura fundamental de la afrocolombianidad. Su danza no fue solo estética: fue política, fue pedagogía, fue justicia. Reconocerla como una mujer negra es también una forma de honrar su lucha y de resistir las formas más sutiles del borramiento.

Porque su cuerpo bailó para decirnos que la historia también se escribe con los pies en la tierra.